María Antonieta
(Viena, 1755 - París, 1793) Reina de Francia.
Hija de los emperadores de Austria, Francisco I y María Teresa,en 1770 se caso con el delfin de Francia, mas tarde Luis XVI consolidando la alianza Francia - Austria Si bien fue popular al principio , no tardo en perder las simpatias a causa de su temperamento frivolo, pero a su edad?' que mas podian exigirle??
Sumadle a esto la despreocupación por el pueblo, sus graves problemas, en fin de todo un pais. pero con el paso de los años su caracter fue cambiando, preparo la fuga de la familia real, y apoya la campaña Austro-Prusiana, lo que les hubiese salvado de haber funcionado.
María Antonieta, reina de Francia
María Antonieta de Austria a los trece o catorce años, tocando el clavecín (óleo de Franz Xaver Wagenschön)
A los 14 años, cuando se casó con el duque de
Berry, entonces Delfín y futuro rey Luis XVI, María Antonieta era ya una
deliciosa muchacha espléndidamente formada, con un exquisito rostro
oval, un cutis de color entre el lirio y la rosa, unos ojos azules y
vivos capaces de condenar a un santo, un cuello largo y esbelto y un
caminar digno de una joven diosa. Para el gusto francés, sólo su boca,
pequeña y dotada del desdeñoso labio inferior de los Habsburgo,
resultaba desagradable. El escritor inglés Horace Walpole, que apreció
sus encantos durante la celebración de una boda, escribió: "Sólo había
ojos para María Antonieta. Cuando está de pie o sentada, es la estatua
de la belleza; cuando se mueve, es la gracia en persona. Se dice que,
cuando danza, no guarda la medida; sin duda, la medida se equivoca..."
El matrimonio con el futuro rey de Francia fue
bendecido el 16 de mayo de 1770. Hubo fastos, desfiles, grandiosas
fiestas y solemnidades. Poco después, por la noche, no hubo nada. Al
menos eso consignaría el Delfín en su diario en la mañana del día 17:
"Rien." Una sola y enojosa palabra que seguirá escribiendo durante siete
años, hasta que ella tenga el primero de sus cuatro hijos. María
Antonieta, vital y poco inclinada a la santidad, se aburría
soberanamente con su esposo y pronto comenzó a salir de incógnito por la
noche, oculta tras la máscara de terciopelo o el antifaz de satén, y a
resarcirse con algo más que simples galanterías.
Reina de Francia
En cuanto al Delfín, era robusto y bondadoso, pero también débil y no demasiado inteligente. Convertido en Luis XVI
a los 20 años, María Antonieta escribirá a su madre: "¿Qué va a ser de
nosotros? Mi esposo y yo estamos espantados de ser reyes tan jóvenes.
Madre del alma, ¡aconseja a tus desgraciados niños en esta hora
fatídica!". María Antonieta pronto se convirtió en símbolo escandaloso
de la más licenciosa corte de Europa. Trataba de agradar y de obrar con
acierto, pero no lo conseguía.
Sus faltas, exageradas por la opinión pública y
consideradas como ejemplo vivo del desenfreno de la corte, no fueron
otras que su desprecio a la etiqueta francesa, sus extravagancias y la
constante búsqueda de placeres en el fastuoso grupo del conde de Artois,
así como sus caprichosas interferencias en los asuntos de Estado para
encumbrar a sus favoritas. Derrochadora, imprudente y burlona, la prensa
clandestina comenzó a pintarla como un ser depravado y vendido a los
intereses de la casa de Austria. La calumnia salpicaba su trono, siendo
exagerada hasta el paroxismo por los libelos de la Revolución. Según los
panfletos, la lista de sus amantes era interminable y sus excesos
dignos de una Mesalina. Pronto fue conocida entre el pueblo con el
despectivo mote de "la austríaca".
Detalle de un retrato de María Antonieta
(Jean-Baptiste Gautier Dagoty, 1775)
En 1785, un nuevo escándalo atribuido a su
codicia vino a deteriorar su ya más que vapuleada fama. Todo el asunto
giró alrededor de la más rica joya de la época. El célebre collar,
realizado por los mejores orfebres de París para madame Du Barry,
favorita del rey Luis XV, era una pieza insuperable. Sus más de mil
diamantes, rubíes y esmeraldas parecían haber sido forjados
pacientemente por los dioses en las entrañas de la tierra con el único
fin de recibir la caricia del oro en un lugar preciso de la joya. Muerta
la Du Barry antes de que se diera fin a la obra, la condesa de La
Motte, aventurera que servía en la corte y pertenecía al círculo del
tenebroso conde Cagliostro, embaucó al cardenal Louis de Rohan, rico y
disoluto cortesano caído en desgracia, haciéndole creer que María
Antonieta deseaba obtener el magnífico collar y que, no disponiendo del
dinero suficiente, estaba dispuesta a firmar un contrato de compra si él
lo garantizaba.
El cardenal, deseoso de congraciarse con María
Antonieta, se entrevistó con quien creía que era la reina, suplantada
por una bella joven apellidada d'Oliva, accedió a su petición y el 1 de
febrero de 1785 el collar fue trasladado a Versalles. Pero no llegó a
manos de la reina, sino que por una sucesión de intrigas fue a parar a
la condesa de La Motte, que desapareció de París con su marido y se
dedicó a vender afanosamente las gemas por separado. Una vez descubierta
la estafa, la condesa aseguró ser favorita íntima de María Antonieta y
esgrimió unas cartas comprometedoras de la reina falsificadas. María
Antonieta fue acusada de intrigante y ambiciosa, y aunque el juicio
demostró su inocencia, la campaña política orquestada para
desprestigiarla tuvo éxito. El cardenal de Rohan fue desterrado, la
condesa de La Motte azotada públicamente y su esposo condenado a
galeras, pero el castigo ejemplar no pudo borrar el nuevo baldón que
había caído sobre la honorabilidad de la reina.
La Revolución
La caída de la monarquía se fraguó en pocos
meses. Ni Luis XVI ni María Antonieta comprendieron el carácter de los
cambios que se avecinaban, provocando así su propia ruina. Ya no había
posibilidades de reconciliación entre el pueblo y el rey. El intento de
huida de los monarcas no hizo sino acentuar esta ruptura y patentizar
que el país había dado la espalda a la corona.
El conde sueco Axel de Fersen, amante fidelísimo
de María Antonieta, se encargó de preparar el plan de fuga con un grupo
de selectos y secretos monárquicos. La familia real debía huir de París
saliendo de las Tullerías durante la noche por una puerta falsa y
dejando una proclama de acentos tradicionales dirigida al pueblo de
París: "Volved a vuestro rey; él será siempre vuestro padre, vuestro
mejor amigo." Sólo consiguieron llegar hasta Varennes, donde fueron
reconocidos y detenidos. Cuando Luis XVI leyó el decreto que le obligaba
a regresar, dijo: "Ya no hay rey en Francia". La Asamblea Legislativa
no tuvo más remedio que someterse a cabecillas revolucionarios como Robespierre y Danton.
No pudo evitar el asalto por las masas de la residencia real, arrebató
los poderes al rey y permitió que fuese encarcelado en la torre del
Temple. Después, para la realeza, no quedaba sino un trágico epílogo.
María Antonieta es llevada al Tribunal Revolucionario
María Antonieta acompañó a su esposo a la
prisión haciendo gala de un valor que ennobleció su figura, rayana luego
en el heroísmo al aceptar con patética serenidad la separación de sus
hijos y la ejecución de su esposo en enero de 1793. Trasladada a la
Conciergerie siete meses después y encerrada en una celda sin luz ni
aire, sin abrigo, vigilada en todo momento por guardias muchas veces
borrachos, sus nervios estuvieron a punto de quebrarse en vísperas del
juicio. Pero resistió.
Durante el proceso intentó defenderse con sus
últimos restos de dignidad, contestó en términos que confundieron a sus
crueles enemigos y, ante la acusación suprema de haber corrompido a sus
hijos, guardó primero silencio y luego, dirigiéndose hacia el público,
exclamó: "¡Apelo a todas las madres que se encuentran aquí!" Las
deliberaciones del tribunal duraron tres días y tres noches, siendo por
fin declarada culpable de alta traición como "viuda del Capeto". El 16
de octubre de 1793, a media mañana, sería exhibida en carreta por París
ante los ojos de la multitud y de Jacques-Louis David, "el pintor de la
Revolución".
Ninguna imagen más expresiva ni más elocuente
del enorme cambio que se había operado en ella que su famoso dibujo: no
hay parecido alguno entre aquella ruina humana que marcha al encuentro
de su destino y la mujer que había sido, según apreciara Walpole, la
elegancia personificada. Luego subiría lentamente los peldaños del
cadalso, redoblarían los tambores, caería la cuchilla y la cabeza
ensangrentada, asida por los cabellos por uno de los verdugos, sería
mostrada a la multitud vociferante.
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